En sus mazmorras, el Castillo de la Yedra oculta una leyenda y quizás un ser espeluznante. Ante el avance de las tropas castellanas, el rey moro temió por su vida y huyó, dejando en una estancia secreta a su hija, libre de peligro y bien abastecida. Pero el emir y su tropa perecieron, no pudo volver a liberarla y ella quedó encerrada por toda la eternidad. Con el tiempo, se transformó en una ninfa, mitad mujer, mitad serpiente, cuya voz, cada noche de San Juan, emerge de las profundidades recitando a los niños una canción inquietante.

La fábula puede ser bastante angustiosa para el sueño de un niño, sobre todo en la noche del solsticio de verano. Se dice que, durante la conquista, el rey moro se atrincheró en el Castillo de la Yedra. Sin embargo, cuando conoció la tremenda derrota del ejército y el derramamiento de sangre producido en la vecina población de Quesada, decidió abandonar con su gente Cazorla y el castillo.

Castillo de la Yedra

Imaginando que pronto regresaría y para evitar que en cualquier asalto caminero se dañara a su querida hija, la dejó atrás, oculta en una guarida secreta del castillo, próxima al río Cerezuelo, de la que solo él sabía. Bien pertrechada de víveres y lámparas de aceite. Pero, durante la huida, el emir y su escolta murieron a mano del enemigo, que tomó definitivamente el castillo de la Yedra y la ciudad.

tragantía

La hija del rey permaneció en su escondite durante años, aguardando el regreso de su padre. Una espera eterna que desembocó en locura cuando la humedad de su celda se hizo inaguantable y sus provisiones se agotaron. Cada día era un lustro y cada semana un siglo, hasta que dejó de sentir las piernas, que se transformaron en una cola serpenteante, y su belleza en la de un reptil. Su temida venganza se sucede con cada noche de San Juan, cuando el eco de su voz retumba en el cauce enclaustrado del río Cerezuelo, cuyas aguas discurren bajo las ruinas de la Iglesia de Santa María y la Plaza Vieja, y desde su profunda estancia canta a la chiquillería:

Yo soy la Tragantía

hija del rey moro,

el que me oiga cantar

no verá la luz del día

ni la noche de San Juan.